SILVIA TUBIO | CÁDIZ
Cuando hace buen tiempo y el mar se presenta calmado en el pasillo marítimo del Estrecho, grupos pequeños de inmigrantes deciden emprender la aventura por su cuenta. Apenas tienen dinero y sólo pueden recurrir a transportes -por llamarlos de alguna forma- que en este lado del mundo son utilizados por los niños para jugar en la playa. Es la alternativa para no pagar peaje a las mafias que se lucran con la inmigración clandestina. Y aunque estas barquitas de plástico puedan causar cierta hilaridad por representar una misión casi imposible, son símbolo ya de la desesperación que se respira en las costas marroquíes. A veces son lanchitas infantiles; otras, neumáticos impulsados por ellos mismos e incluso han navegado en hidropedales.
Cuando hace buen tiempo y el mar se presenta calmado en el pasillo marítimo del Estrecho, grupos pequeños de inmigrantes deciden emprender la aventura por su cuenta. Apenas tienen dinero y sólo pueden recurrir a transportes -por llamarlos de alguna forma- que en este lado del mundo son utilizados por los niños para jugar en la playa. Es la alternativa para no pagar peaje a las mafias que se lucran con la inmigración clandestina. Y aunque estas barquitas de plástico puedan causar cierta hilaridad por representar una misión casi imposible, son símbolo ya de la desesperación que se respira en las costas marroquíes. A veces son lanchitas infantiles; otras, neumáticos impulsados por ellos mismos e incluso han navegado en hidropedales.
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