viernes, octubre 17, 2014

El sueño roto de la inmigración

matías stuber 16.10.2014 El joven senegalés Dia Mamadou se subió a un cayuco de madera para cumplir su sueño en la 'Europa Dorada'. Él solo quería vivir como esos jóvenes que veía a través de la televisión. Pronto descubrió que la realidad del inmigrante iba a ser mucho más cruda de lo que jamás hubiera imaginado. Europa no era como se la pintaron. ­Que Dia Mamadou se encuentre ahora mismo en Málaga es pura casualidad. Podía estar tan muerto como los más de 200 jóvenes de Gandiol que compartieron sueños rotos con él. Cuando cruzas el Atlántico en un estrecho cayuco de madera, la única certeza en una travesía incierta es la de estar más cerca de la muerte que de la vida Gandiol es un pueblo a las orillas de Dakar, la capital de Senegal. En 2000, por primera vez en su historia, este país conoció con Abdoulaye Wade a un presidente verdaderamente democrático. Fue elegido por voluntad popular, pero sus fotos repartidas por todo el territorio seguían recordando a la vanidad de los dictadores. Prometió trabajo para todo el país. Dia Mamadou estaba estudiando en la Universidad. Tenía 22 años. Vivía de su madre, al igual que sus hermanos mayores. Todos formados. Todos sin empleo y sin perspectivas. La promesa del trabajo universal no se cumplió. Decidió emigrar. De África, la cuna de la civilización, a la «Europa Dorada». Así es como se le conoce al viejo continente entre todos los jóvenes de Gandiol. Comenzaría una travesía que le llevó a deambular por media España. Pasaría hambre y dormiría en bancos. Decidió escribir un libro para plasmar todas sus vivencias. Así surgió 3052. Los kilómetros que separan a Gandiol de La Gomera. «Todo nació con la colonización francesa. En Senegal estudiamos en francés, nuestro plan de estudios se basa en el francés. Lo poco que llega de desarrollo tecnológico nos viene de Francia. Es imposible que un joven senegalés no sienta el deseo de poner un pie en Occidente», explica Dia el anhelo que sienten por pisar Europa. Antes de jugarse la vida en un cayuco, lo intentó por la vía legal. Su idea era la de llegar a Francia y acabar sus estudios en el país galo. Pidió el visado en el consulado francés de Dakar. Dos veces. Dos veces se lo denegaron. Él persistió en su idea de llegar. Evolucionar lejos de la pobreza. Ampliar sus horizontes. Hacer una vida como la que se le transmitían a diario a través de los medios de comunicación. «En África, el poder de la televisión es enorme. Lo que se ve en la pantalla es la realidad. Nadie en África cuestiona lo que ven a través de la pantalla. Si en los anuncios todos los jóvenes llevan ropa de marca, es porque todos los jóvenes tienen ropa marca. En los anuncios nunca se muestran las miserias», resume Mamadou la razón por la que Europa le parecía un nombre maravilloso. Majestuoso. Con el visado denegado, la única oportunidad de hacer realidad su sueño era la de subirse a un cayuco. Aunque le fuera la vida en el intento. Él conocía a los mafiosos que organizaban viajes para trasladar a los jóvenes africanos a las costas de Gran Canaria. «Es importante hacer un inciso aquí», avisa Dia. «Esa gente a la que se le conoce como mafiosos en occidente son de todo menos eso. Son simples pescadores que intentan buscarse la vida porque el verdadero mafioso, la Unión Europea, firmó un acuerdo para saquear el fondo marítimo senegalés. Sin nada que pescar, tienen en el traslado de personas la única manera de sacarle provecho a sus barcazas», denuncia. «El precio suele rondar entre los 2.000 y 3.000 euros. Las personas suelen vender todo lo que tienen para pagarle el peaje a un familiar. Es una inversión para salvar su propio futuro», dice Dia sobre un hecho que se produce todos los días. A Senegal no llegan las noticias sobre los cayucos hundidos. Los llantos desgarrados de las madres que no tienen noticias de sus hijos se los suele llevar el viento. Dia Mamadou no tenía recursos, pero conocía a las personas adecuadas. Éstas se comprometieron con él para guardarle una plaza a cambio de buscar a gente dispuesta a cruzar el océano. El 11 de mayo de 2006, una barcaza cargada con 84 personas, algunos sacos de arroz, garrafas de agua y dos tanques de gasolina emprendieron el viaje hacia el sueño dorado. Entre ellos estaba Dia. Su objetivo era llegar a Gran Canaria, y de ahí, seguir su camino hacia Francia. Pronto, el miedo al dolor, a la muerte y al mar incontrolable invadieron la expedición. «Al quinto día nos quedamos sin gasolina y sin comida. Estábamos a merced del viento. Yo solo rezaba para no sufrir mucho mientras antes de morir. Algunos se tiraron al mar para poner fin a la angustia. Al octavo día, un buque de salvamento marítimo nos rescató. Llevábamos 72 horas sin beber». Fueron trasladados a un centro de acogida en La Gomera Es cuando Dia dejó de llamarse por su nombre y se convirtió en un número. Fue la desracionalización de su persona. «El mío era el número 41. Era 41 sube, 41 baja, 41 espera. Siempre las mismas órdenes», recuerda. Convertido en objeto, Mamadou fue trasladado a Tenerife junto a otros inmigrantes. «Nos metieron en un campo militar en unas condiciones verdaderamente precarias. Recuerdo que hacía muchísimo frío por las noches. A las dos semanas nos trasladaron a la península. Yo acabé en Castellón», detalla Dia su primera toma de contacto con Europa. Lo peor estaba por llegar. Empezó a deambular por las calles en busca de trabajo. No encontró nada. Dia se negó a formar parte de la venta ambulante y huir de la policía como si fuera un delincuente. Su familia lo había educado en el orgullo. Eso lo condenó a la calle y a buscar alimentos en los contenedores de la basura. «Es curioso. Cuando piensas en África, lo primero que se te viene a la cabeza es la tremenda pobreza que reina en todo el continente. Pues tuve que venir a Europa para saber por primera vez lo que era pasar hambre», recuerda Mamadou los días en los que no sabía muy bien si esa hambre le venía de un estómago desierto o de la tristeza de ver que en la Europa Dorada nada era como él se había imaginado. En Castellón fue acogido por la Cruz Roja, que le quitó de la calle. Descubrió el voluntariado. Volvió a Senegal y fundó su propia ONG, Hahatay, para concienciar a sus compatriotas de no dar el salto hacia un sueño roto. (http://www.laopiniondemalaga.es/malaga/2014/10/16/sueno-roto-inmigracion/714860.html)

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