lunes, abril 28, 2014

El deber de hospedar

FORUM LIBERTAS.COM 28/04/2014 - El deber de hospedar Sin papeles, no hay trabajo. Y sin trabajo, no hay papeles Francesc Torralba Roselló La inmigración del Tercer Mundo a los países ricos, y de hispanoamericanos a España, será una seña de identidad en el siglo XXI. El desafío de este milenio es buscar el difícil, pero necesario, equilibrio entre la igualdad y la solidaridad, en el marco de una democracia constitucional, cuyo último referente sean los Derechos Humanos. La masiva llegada de inmigrantes subsaharianos plantea serios problemas, auque también ofrece nuevas posibilidades sociales y económicas. Estamos al principio de esta nueva situación y cabe decir que no estamos organizados, ni concienciados debidamente. Todos los servicios se saturan rápidamente y las ONGs no dan abasto. De nada sirve emitir un certificado de expulsión del país y trasladar a cientos de inmigrantes a las grandes ciudades españolas para que se busquen la vida. Un bocadillo y a la calle. Lógicamente, ni se van, ni pueden trabajar. Sin papeles, no hay trabajo. Y sin trabajo, no hay papeles. Este férreo círculo desespera a muchos que se ven obligados a delinquir o a trabajar ilegalmente como mano de obra barata. El mundo se ha convertido en una plaza grande, en un ágora, donde se mueven gentes de todas las razas y culturas, y en un gran mercado en el que libremente transitan capital, tecnología, recursos, empresas y productos. En este marco tiene un especial valor el encuentro y la comunicación entre culturas y religiones y, de modo especial, entre el Islam y el Cristianismo. Muchos inmigrantes, que llegan a nuestro país procedentes del norte de África, proceden de este universo cultural y espiritual. El desafío del siglo XXI es el diálogo entre el Islam y el Cristianismo, entre Oriente y Occidente, desterrando tanto el renacido odio fanático violento de los cruzados cristianos, como el fundamentalismo occidental antiislámico legitimado teóricamente por pensadores de Harvard como Huntington. El problema no está en que existan civilizaciones diversas, ni religiones diferentes, ni culturas diversas, cuya pluralidad puede ser un bien para toda la humanidad. El mal no está en el Islam, ni en el Judaísmo, ni en el Cristianismo. El mal está en la perversión idolátrica de una religión legítima que se pervierte y se transforma substantivamente en un ídolo, que convierte a los diferentes en enemigos que hay que exterminar. Ante la diversidad de los otros y diferentes que llegan a nuestra tierra, es esencial practicar el deber de hospitalidad, pero para ello es fundamental educar a las nuevas generaciones en valores como el de la solidaridad y el de la hospitalidad. Ésta es una exigencia fundamental en la tradición judeocristiana como también lo es en otras tradiciones espirituales del extremo Oriente. En el Levítico se recuerda la virtud de la hospitalidad. Al forastero que reside junto a vosotros -se afirma-, le mirarás como a uno de vuestro pueblo y le amarás como a ti mismo, pues forasteros fuisteis vosotros en tierra de Egipto. San Pablo en la Carta a los Gálatas recuerda que en la Iglesia nadie es extranjero, ya que todos los hombres son hijos de Dios con los mismos derechos. La presencia masiva en España de tantos inmigrantes con distintas culturas y religiones es un fenómeno social, pero también un signo de los tiempos. Los antiguos colonizados llegan a la Europa rica y desarrollada y también a España como mano de obra barata en busca de la tierra de promisión, que mana leche y miel, aunque luego se encuentran con punzantes cardos de incomprensión y racismo. La Europa del siglo XXI será cada vez más un mosaico multirracial y pluricultural, una Europa fecundada con emigrantes y etnias del Tercer Mundo, con modos de vida muy diferenciados de la cultura occidental. Si no aprendemos a convivir juntos, autóctonos e inmigrantes, en las diferencias, es previsible sociológicamente el auge del racismo y de la xenofobia, recrudeciéndose los conflictos interétnicos. Queda, pues, mucho por hacer y cada ciudadano es responsable de su pequeña parcela. El maestro debe integrar en el aula y luchar contra las instintivas tendencias a despreciar al forastero y a excluir al que es diferente. El político debe velar para que la cohesión sea un hecho y mirar al futuro en lugar de pensar únicamente en las cotas de electorado que pierde o que gana según las declaraciones que haga en un momento dado. Los empresarios tienen que dar una oportunidad a estas gentes, dentro del marco legal y en condiciones de igualdad y de justicia social. En definitiva, todos y cada uno de los ciudadanos tenemos una misión que desarrollar en este espinoso asunto. España camina, como otros países, por el camino de la multiculturalidad y el pluralismo étnico-racial. Nuestra sociedad ha dejado de ser una sociedad relativamente tradicional, homogénea étnica y culturalmente en el plano de valores y creencias, con una identidad única y un único sistema axiológico. Debemos defender lo propio, lo mejor y más digno de nuestra herencia cultural y espiritual, pero, simultáneamente, debemos tener la capacidad para integrar, asumir e incorporar a nuestro acervo común lo más digno y bello de las tradiciones ajenas. La cuestión clave está en saber armonizar la dimensión cosmopolita y esa conveniente lealtad étnica y cultural. En esto consiste el desafío del futuro, pues si el equilibrio se rompe, suele hacerse por el punto más flojo y débil, que es la abstracta dimensión universalista. En caso de conflicto de lealtades y competencia de recursos, se incrementa el particularismo étnico-nacional con el rechazo del otro y del diferente, recrudeciéndose los prejuicios y la búsqueda de chivos expiatorios. Debemos evitar tal situación. Todos, absolutamente todos, somos responsables de ello.

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