domingo, agosto 23, 2015

El infierno de llegar a Europa y convertirse en un indeseable

Inmigración ilegal.Miles de “sin papeles” llegan cada semana a las costas europeas, tras cruzar el Mediterráneo en condiciones paupérrimas. En Italia, Francia y Gran Bretaña les impiden seguir viaje y los tratan “como a animales”. María Laura Avignolo Corresponsal de Clarín en París y Londres Hezamada tiene un sueño: “Ser enfermero en Bélgica”. En este pequeño parque de la ex oficina de turismo abandonada en la frontera franco italiana de Ventimglia, al rayo del sol y con lo puesto como toda pertenencia en el mundo, parece casi un imposible. Después de huir de la guerra en Darfur, de pagar a traficantes para llegar a Egipto, de subir a un barco que lo dejó en Libia, donde lo trasladaron a otro y sobrevivir milagrosamente el cruce del Mar Mediterráneo, en un pesquero con otros 400 hasta que los rescató un barco sueco, el creía que sus desgracias habían finalizado. No tenía la “menor idea” que después de su desembarco en Sicilia, iba a comenzar el “Otro infierno”: el de ser un inmigrante que Europa no quiere, un indeseable en el primer mundo. Educado, afable, bilingüe en árabe e inglés, Hezamada (22) se pregunta y se responde asombrado: "¿Por qué no nos quieren? Yo no sabía nada de cómo nos rechazan, de la persecución de la policía, de la imposibilidad de cruzar de Italia a Francia”. Su testimonio es el de todos, vigilados estrechamente por los pasadores, siempre cercanos y desconfiados. Lo más conmovedor de Ventimiglia es la incomprensión que sienten ante el rechazo con que son recibidos en Europa. No entienden por que no los quieren, porque los tratan “como animales”, porque no los consideran lo que son: “refugiados de guerra, con derecho al asilo”. Llegan de Darfur, de Siria, de Irak, de Eritrea, de Afganistán, de Yemen, de Somalia. Tienen un absoluto desamparo logístico y legal. No conocen las reglas de asilo porque en Ventimiglia no están las carpas del ACNUR, el alto comisionado de las Naciones Unidas para los refugiados esperándolos, o algún funcionario de las Naciones Unidas que les explique sus derechos. Esa ausencia es deliberada: esa presencia oficial legitimaría ante los gobiernos europeos este "enjambre" de futuros asilados, como los definifio el primer ministro británico David Cameron. Esta fue una de las tantas palabras peyorativas -la otra fue avalancha- para designar a los 100.000 refugiados, que han llegado el último mes a Europa en la peor crisis migratoria de la historia después de la Segunda Guerra Mundial y que la Unión Europea se resiste a aceptar como crisis humanitaria. Para Hezamada, mecánico y albañil que huye de Darfur, fue una sorpresa tan grande como la del barco con la que intentó cruzar el Mediterráneo. "Cuando yo le pagué al traficante en Egipto, creía que era sería un barco grande, seguro. Me pidió 2.200 dólares y los pagué”, cuenta, en un inglés fluido. “Y así iniciamos ese viaje interminable, donde durante cuatro días yo me enfermé, vomité, no me acuerdo lo que pasó. Pero en Libia nos mudaron a otro barco de pescadores, frágil, con otros 400 más y nos forzaron a abandonar todo. Mochilas, ropa, papeles. Había sudaneses, eritreos, un par de yemenitas. El barco hacía agua. Nos ayudó un barco sueco, que nos llevó a Sicilia. Así aterricé en Europa. Tome un ómnibus que me dejó en Napoli, después tomé un tren hasta Milán y de ahí a Niza. Pero la policía me encontró, descubrió mi billete de tren y me deportó a Italia, hace dos días”, contó. "Por eso estoy acá, en este campamento en el borde con eritreos, sirios, liberianos. No nos dejan pasar. Yo quiero llegar a Bélgica, la vi en Internet, es el país para mí. Quiero recuperar la dignidad, trabajar, estudiar, poder ayudar a mi padre que quedo allí y huir de la guerra, de la que nadie habla aquí”. A 10 metros de Hezamada, la frontera franco italiana parece una fortaleza militar en un paisaje paradisíaco. Frente al Mar Mediterráneo, sobre las rocas donde los inmigrantes con aspiraciones de refugiados de guerra duermen o instalan sus pertenencias, al lado de los turistas que toman sol en las rocas. Hay barreras, seis patrulleros italianos y un camión de detenidos, al lado donde ondea la bandera de la Unión Europea mas los oficiales armados. Del otro lado, la bandera francesa y sus policías custodian que nadie pase. Desde junio, la frontera está cerrada como un Muro de Berlín. Francia se ha comprometido con Gran Bretaña a no dejarlos atravesar el paso para que no lleguen a Calais, al campamento de La Jungla e intenten pasar a Gran Bretaña, a través del Eurotúnel. Los inmigrantes en Ventimiglia viven en un campamento al aire libre, bajo los pinos, que ha buscado organizar un grupo de jóvenes anarquistas de No Borders. Más que adoctrinamiento, Giovanni, su novia, sus amigos, sus pequeños hijos consiguen agua, comida y ropa para que los van llegando diariamente. Un refugiado mecánico sudanés consiguió reparar un lavaropa. Amnesty los visita y les explica sus derechos para el asilo. Algunaz rezan, otros conversan, otros leen o duerme y otros se aíslan del campamento y forman un camastro en las rocas, frente al mar y protegidos por sombrillas que los turistas abandonan. Giovanni se agita. El líder anarquista del campamento ha sido convocado y la policía le ha sugerido que se retiren, que abandonen sus pancartas de “No Fronteras” y “We are not going back" (no volveremos) en inglés o árabe. Son el "efecto Londres”, como lo llaman. Lo mismo estaba pasando el mismo día en Calais, bajo la presión del gobierno británico y sus tabloides. Cada atardecer, alrededor de las cinco de la tarde, los inmigrantes manifiestan frente al cartel de “Mentón, la Perla del Mediterráneo”. Las restricciones se aplican sobre los que los quieren ayudarlos: Una miembros de la asociación musulmana “En el corazón de la esperanza” fueron amenazados por las autoridades italianas de ser multados con 200 euros si entregaban las comidas que traían para ellos. La otra cara es la deshumanización frente a su tragedia, la necesidad de gobiernos -como el británico- de acusarlos de ser inmigrantes económicos y no refugiados de guerra. Todas las respuestas a la crisis de la Unión Europea no han sido humanitarias sino militares: como controlar sus fronteras y salvarlos, solo bajo la presión mediática, ante tal cantidad de ahogados en el mar. La policía apela a todos los métodos para disuadir del lado francés a los inmigrantes:les impiden comprar billetes de tren en la estación, usar los baños de la estación de Niza, bloquean la posibilidad de alojamiento. Pero los sindicatos de la policía se quejan de que los han puesto a confrontar un problema político y humanitario. Los inmigrantes no quieren quedarse en la Costa Azul: van seguir viaje a Alemania mayoritariamente, algunos pocos a Inglaterra, los otros a Noruega, Suecia y Suiza, el nuevo destino sonado de los que están llegando. Por eso la canciller Ángela Merkel advirtió que esta crisis será peor que la griega y llamo a Europa a despertarse y reaccionar. Una cumbre europea de la inmigración está prevista para octubre. Alemania va a recibir al menos 800.000 asilados, después que inscriba una ley de “países seguros” (Kosovo, Serbia) que no podrán pedir asilo. En el campamento en Ventimiglia hay mapas, horarios de trenes y buses a Francia para organizar el viaje. Alguien donó un horno de pizza y unos sanitarios de unas obras en construcción. Hay duchas improvisadas. Tal vez han conseguido organizar lo más importante: una ficha eléctrica para que los inmigrantes puedan cargar sus teléfonos celulares, su única posesión y con la que buscan comunicarse con la familia o con los que han conseguido pasar el borde antes que ellos. Ibrahim se baña en el mar Mediterráneo. En el mismo mar en el que perdió a sus amigos en el naufragio del viejo barco de pescadores el pasado 5 de agosto. Es abogado, sudanés y quiere llegar a Londres, aunque no conoce a nadie allí pero habla fluidamente ingles. No importa el riesgo de vida."Sé lo que está pasando, tengo amigos que están en Calais pero lo voy a intentar. No será peor de lo que vivi en Libia, donde estuve preso, en manos de las milicias. En Libia te sacan el dinero después que pagaste la travesía, te roban todo. No será peor Calais que Tabruz”, responde. Son ellos los que dan una repuesta de por qué llegan sin nada. Los inmigrantes no son otra cosa para los traficantes, que aun los acompañan en su ingreso a Europa, que una mercancía. Cada metro se ocupa en el barco y cada uno de ellos puede costar de 2.000 a 3.000 dólares. Por eso los fuerzan a abandonar sus mochilas, su ropa y se mueren ahogados. Un salvavidas tiene otro precio. Los que llegan a Europa desde Siria, Eritrea, Sudan, Somalia, Afganistán, con escala en Khartoum, el desierto o Libia, son la nueva esclavitud moderna, con secuestros, torturas, violaciones, trabajos forzados, extorsiones a la familia. Un fenómeno del que nadie quiere hacerse cargo. http://www.clarin.com/mundo/Inmigracion_ilegal-sin_papeles-Europa-Ventimiglia-Calais-Eurotunel_0_1417058635.html

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